El indígena y el amor cristiano

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Alfonso García Isaza

Abstract

No había despuntado la sonrisa de la aurora como hermosa promesa de luz, cuando la voz de ¡Tierra, Tierra! en la garganta llensa de asombro y exaltación de Rodrigo de Triana derrotaba las tinieblas que envolvían la tierra y cegaban los espíritus. Tierra en la que la ilusión acariciaba con tanto amor y fidelidad por Colón al fin se encarnaba, tierra sobre la cual el excéntrico despistado acertaba, era la tierra entrevista por la arcana y poderosa intuición de Platón y Séneca y aun en las escrituras bíblicas, allí abierta sobre el incógnito y tenebroso mar como un milagro en aquel amanecer del 12 de Octubre de 1492, más claro que la luz de todos los astros, era una esmeralda que emergía de la entraña marina, "Toda ella verde que es placer mirarla", como la describió el descubridor. La larga aventura de Colón, toda hazaña preflada de azares, se coronaba de gloria irunortal, el dolor de años sin término se trocaba en dicha sobrehumana y al fin, nadie más cuerdo que aquel marino a quien pudo considerársele loco por su propósito que desbordaba el pensamiento común y adocenado y aquel caminante cuya errátil sombra era más de mendigo que de recio empresario.

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