El espíritu existe de manera plural
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Resumen
Los autores conversan sobre la distinta relación que tienen con la filosofía las lenguas española y francesa, encontrando la explicación de esa diferencia principalmente en los “espíritus” que nos separan, no obstante nuestra considerable cercanía lingüística. Mientras que la Reforma y la Contrarreforma exigieron de Francia un “humanismo del saber objetivo, del individuo y del progreso”, la cultura española dio de sí “un paradójico humanismo de la fe, de la expansión y de los juegos de la apariencia”. El “espíritu de la filosofía” (Descartes, el ancestro de Hegel) se desarrolló en el norte de Europa, y en la Europa mediterránea floreció más bien “el espíritu de la ficción” (el Cervantes de Unamuno, de Ortega, de Borges y de Kundera). La inquietud de un mundo que bien podría no ser sino sueño, o incluso locura –de la que terminará por resurgir, al lado del cervantino y del calderoniano, el cogito cartesiano–, es sin embargo una inquietud española en primer lugar, y eso es algo que amerita ser estudiado, y sobre todo pensado. Una clave muy importante para dicho estudio es la constatación, subrayada por Nancy en respuesta al problema de la calificación de nuestra filosofía como “mera literatura”, de la “pérdida de confianza en las aventuras del sentido” que ha caracterizado a la Modernidad (o al Occidente en su versión nórdica, ese “espíritu de la filosofía alemana” que tras el efecto del nazismo se mudó a Francia y a Estados Unidos). Ahí donde Unamuno señalaba la necesidad, antes que de europeizar a España, de “españolizar a Europa”, Jean-Luc Nancy reconoce que Occidente necesita atreverse, una vez más, a abrirse a la aventura, y al riesgo del pensamiento.