Penitencia
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Resumen
Para Marleny
Para Richard
Omi, el más joven de los monjes que habían llegado al Santuario bajo la última helada, limpiaba con cuidado las uniones de las tablas del Templo. Su túnica, recogida en la cintura por el cordón que la ceñía, dejaba ver unas piernas fuertes y redondas, casi lampiñas, que terminaban en unos tobillos rosados por el esfuerzo. Las sandalias nuevas apretaban hoy con mayor rigor sus pies, de por sí regordetes y anchos, marcándole la piel hasta el punto de casi encarnarse en ellos.
Sentía el cansancio en su espalda encorvada y los riñones le ardían como si estuvieran sobre el brasero de la cocina. Los dedos entumecidos se empecinaban en su labor y desde hacía rato habían dejado de dolerle, como si la intensidad del delicado esfuerzo hubiera pasado a los huesos, a la sangre, a su cerebro, hasta aceptar el dolor con la dulce complacencia de quien acepta un defecto. (…)