Colisión entre ciencia y humor. La experiencia de Big Van Ciencia

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Helena González Burón
Oriol Marimon Garrido

Resumen

Si hay algo sobre lo que aún no se han podido generar algoritmos ni protocolos es sobre el humor. Al día de hoy parece una cualidad típicamente humana en la que ni animales ni inteligencias artificiales han logrado inmiscuirse. Aún no hay reglas que nos permitan saber por qué algo es gracioso o no lo es; aún no entendemos qué ocurre en nuestro cerebro para que un estímulo se interprete como humorístico y genere esa descarga de neurotransmisores que termina con la risa y una fuerte sensación de bienestar. 


El humor parece escaparse a nuestra comprensión más racional. Sin embargo, lo que sí sabemos es que es una potentísima herramienta para crear cohesión de grupo, para hacer del aprendizaje un proceso divertido y romper las barreras de poder. Además, el humor genera risa, y la risa es contagiosa. Es por eso que los bebés devuelven la sonrisa. Incluso, hay un estudio que dice que las personas que más ríen son menos propensas a enfermar. Podemos, por lo tanto, concluir que la risa es sana, contagia salud y, además, es un vector de cohesión social. Entonces, ¿por qué no usamos el humor más a menudo?

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